A veces imagino cómo hubiera sido mi vida si no hubiera sido fotógrafo de bodas… Desde que el destino hizo que me cruzara con una cámara de fotos, todo cambió.
Llevo más de veinte años en el mundo de la imagen; hice mi primera boda allá por el año 1998, con una cámara Pentax analógica… ¡Qué mundo aquel donde se trabajaba con carretes! ¡Qué intriga hasta que revelaba las instantáneas!
Desde entonces hasta ahora he creado una familia coronada con dos hijas encantadoras y divertidas, he abierto un estudio de fotografía por el que han pasado muchísimas parejas y familias y también he hecho realidad algún que otro sueño.
Sigo de cerca las tendencias, por eso cada campaña de bodas es única y actual; renuevo constantemente no solo la decoración o el attrezzo, sino mi forma de acercarme al estudio, a la cámara. La fotografía es un mundo en constante cambio y vigilo muy de cerca cada movimiento que surge.
Tanto en las bodas como en el resto de reportajes sociales siempre busco ir más allá, mostrar algo nuevo, una perspectiva diferente, divertida y creativa, una ambientación que sorprenda, una mirada nueva.
Para mí no hay dos bodas iguales porque tampoco hay dos personas iguales; cada pareja tiene su sueño, su vida y su carácter. Los novios que me eligen para retratar el día más bonito de sus vidas merecen todo mi respeto y mi cariño, por eso doy lo mejor de mí mismo para que su álbum de boda sea único y emotivo, para que sea un libro de recuerdos bellos, de imágenes simpáticas, agradables y nunca se pierda el brillo en sus ojos.
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